miércoles, 5 de diciembre de 2012

La bibliotecaria de Auschwitz - Antonio G. Iturbe


Antonio G. Iturbe, es un zaragozano al que el destino eligió para escribir uno de esos libros que hacen mella en el corazón. Y por ello se confabuló para ponerle por delante una serie de migas de pan que sabia que le iban a interesar, y que él siguió hasta dar con la protagonista de su novela “La bibliotecaria de Auschwitz”.

La historia de este libro comienza con otro libro, “La biblioteca de noche” donde Iturbe conoce por primera vez la figura de una pequeña judía que se convirtió en la bibliotecaria secreta de un subcampo de Auschwitz. Comienza a tirar del hilo, a buscar documentación, a preguntar a la fundación Yad Vashem del Holocausto en Israel y a viajar incluso al hoy en día fantasmal campo de Polonia para descubrir más. 
Sin embargo encuentra poca cosa.

Pero de nuevo el destino se cruza en su camino en forma de otro libro: “The Painted Wall” de Oto Graus.  Iturbe, tras varias búsquedas, descubre una dirección de correo a la que se podía solicitar la obra. Escribe preguntando si es posible adquirirlo. Le contestan. Y la sorpresa para el autor llega con la firma que responde a su mail: Dita Adlerova.  El destino hace que Dita Adlerova le confirme tras un nuevo intercambio de correo que en efecto, su nombre de soltera es Dita Kraus y si, ella fue la bibliotecaria de Auschwitz.

Bastaron unos cuantos correos, para que autor y protagonista se vieran en Praga, donde reside Dita. Allí Iturbe bebió la historia real y sin cliches de por medio y visitó de la mano de la bibliotecaria, el gueto de Terezín, el primer destino de la familia Klaus en su trágico destierro.

Si la historia del encuentro entre el autor y la protagonista del libro es especial, no es difícil comprender que de él haya surgido una novela (real) que transmite cosas tan dispares como ternura y horror.



Dita y sus padres vieron como su vida cambiaba paulatinamente desde el momento en que las autoridades alemanas deciden agrupar a los judíos de la ciudad de Praga y ciudades cercanas en el gueto de Terezin, un lugar con todas las comodidades necesarias: higiene, educación, distracciones, parques, tiendas…. Pero destinado única y exclusivamente a los judíos. El primer paso de una separación del mundo real que poco más tarde tuvieron que abandonar para ser de nuevo trasladado a, esta vez si, un campo de concentración con un nombre más conocido: Auschwitz.

Auschwitz no era realmente un campo en si mismo, si no que estaba formado por numerosos campos separados entre ellos y de distintas categorías y dureza. La familia Klaus pudo sentirse afortunada (incluso dentro de la miseria de Auschwitz podías tener aún peor suerte) ya que fue destinada a uno de los poquísimos campos familiares creados para los judíos. En ellos, podían convivir los miembros de una misma familia juntos, siendo únicamente separados en barracones a la hora de dormir. [1]
Hasta este punto no hay nada diferente ni extraordinaria que hiciera que Dita destacara entre los miles de judíos que sufrieron las mismas consecuencias que ella. Sin embargo, ocho libros hicieron que una niña de 14 años se convirtiera en la persona que mantenía y distribuía la ilusión y la esperanza entre las personas que compartieron con ella aquel campo.

La colaboración entre varios adultos que decidieron mantener la educación de los niños dentro de sus posibilidades, con el fin de darles la dignidad que les querían arrebatar y al mismo tiempo hacer de ese tiempo de estudio un paréntesis que los alejara del polvo y al miseria que les rodeaba, hizo que se creara un barracón – escuela donde se impartían clases de diversas materias sin ninguna ayuda material a excepción de los ocho libros que de forma prohibida habían conseguido.
Estos ocho libros quedaron a cargo de una niña de 14 años que se enfrentó a sus miedos para protegerlos sabiendo que el precio si eran descubiertos sería su propia vida.


A partir de este punto, la historia de Dita dentro del campo de concentración dependerá e irá unida a sus libros.
A través de su existencia Iturbe nos hará sentir un abanico de sensaciones que se solapan a través de sus páginas: miedo, ternura, esperanza, rabia, valentía….

Antonio G. Iturbe no ha escrito una historia muy diferente a otras que se nos han contado basada en campos de concentración, muchas de ellas basadas también en testimonios reales, la más conocida la de Ana Frank. Y sin embargo son varias las razones que hacen de ella una historia para destacar, una historia que se te queda en la memoria y en el corazón incluso antes de terminar de leerla.
El hecho de haber contado con algo tan valioso como el relato de primera mano de Dita Klaus, ahora Dita Adlerova, es sin duda el punto de partida de este “algo” tan especial. El hecho de “contar” y no “inventar” o “adaptar” y que el lector tenga este dato en su cabeza mientras lee hace que todo se magnifique, lo bueno y lo malo, pues que no es algo que se haya imaginado o que se haya basado en un hecho, es algo real, que ocurrió tal cual.

Aparte de ello, Iturbe tiene en este libro la maestría de describir de una forma incuestionable cada suceso, por duro que sea, sin necesidad por ello de entrar en lo escabroso o en una dureza que se nota artificial para el morbo del lector. Personalmente creo que no olvidaré nunca el párrafo y medio en el que describe los últimos momentos de Dita antes de su liberación (suceso que ella ignora que va a ocurrir) con una crueldad sin artificios, con una transimisión del asco a la podredumbre y a las infernales condiciones en las que se encuentran. No quiero desvelar mas pero espero que todo aquel que se haya leído la novela sepa inmediatamente a que momento me refiero.

La  descripción de de cualquier entorno te transporta automáticamente al lugar. Personalmente puedo afirmar que tanto la ciudad de Praga como el campo de Terezín que he visitado quedan perfectamente plasmados. Al leerlo era imposible no recordar las calles praguenses, la plaza de Terezin donde paseaban las familias, la escuela donde estudiaban los niños judíos, o los barracones que dejaban escapar la verdadera intención del campo.  El que Iturbe los recorriera solo añade si cabe un “realismo más real” a la historia.

Una historia de fuerza, esperanza, lucha, determinación, valentía y tenacidad de una niña de apenas 14 años narrada por ella misma y escrita por un autor con la facilidad de trazarla como es contada.





[1] En los campos de concentración alemanes se separaba a la gente por sexos, separando con ellos a los hombres y mujeres de una misma familia en diferentes subcampos separados por alambradas que nunca podian cruzarse.