sábado, 15 de octubre de 2011

"La niña de los tres nombres" Tami Shem-Tov


Cuando un libro es pequeño, fácil de leer, sencillo y te deja un poso de ternura, se puede decir que se ha encontrado una pequeña joya. Si a eso le añades el hecho de que cuenta una historia real  con un punto de originalidad que lo distingue del resto entonces has encontrado algo único.

A veces tengo la sensación de que he terminado con todas las existencias de novelas basadas en el holocauto, o al menos con aquellas que me puedan sorprender, que me cuenten algo nuevo, algo distinto dentro de lo que aquel horror significa, o mejor dicho, que me lo cuenten de una manera nueva.

 Sin embargo de repente aparece una portada, un título, una historia que enciende una chispa y me hace ver que seguramente nunca dejarán de nacer historias en torno a ese hecho que me remuevan algún punto de mi ser, ya sea, odio, incertidumbre, incomprensión, esperanza….
Cuando leí la contraportada  de “La niña de los tres nombres”, del cual jamás había oído hablar, no me fije o no caí en que lo que contaba era una historia real y que en su interior se dibujaban las cartas que son las esencia de la historia.
Lieneke, es el nombre que le pone su padre a una niña judía el día que comienza a vivir separada de su familia ocultando su verdadera identidad para sobrevivir al horror nazi. La distancia con su familia es ma fácil de llevar gracias a la familia del médico con la que vive y sobre todo a las gráficas cartas que su padre, bajo sus nuevas identidades, le envía. Unas cartas que ayudan a Lieneke a mantener la esperanza y a olvidar la realidad en la que vive.

Cuando me han preguntado por este libro, primeramente he dado como referencia la comparación con Ana Frank para, al segundo,  matizar “sin llegar a ser tan duro ni cruel”.
El simil con el famoso diario es notable. Ambos libros se centran en la vida de dos niñas judías que ven como su vida se desvanece con la llegada de la 2ª guerra mundial.  Lo mismo podría decirse de el maravilloso “El niño del pijama de rayas”, salvando la distancia de que este no se  basa en una historia real.

Sin embargo las diferencias son igualmente notables. Mientras que las otras dos novelas  se narran desde un punto de vista trágico, cruel, que te hace tener el corazón en un puño, Tami Shem-Tov ha conseguido contarnos la misma historia sin ir por ese camino, contando simple y llanamente la historia  de una niña, sin agobio, sin tensión, sin la sensación sofocante de perseguimiento. En ese sentido se podría comparar con “Un saco de cánicas” teniendo este aun más dureza entre su líneas.

Simplemente nos narra la espera de una niña a que la guerra finalice y pueda reunirse con su familia, como quien espera a que terminé una mala época laboral, o una enfermedad , consciente de que tarde o temprano terminará. Una espera que se nutre de las tiernas cartas dibujadas que su padre le envía.  Una espera que no tiene capítulos que te opriman el estomago, ni sensaciones de desesperación
Solo al final del libro, se deja ver el velo ocre que cubre la historia, la verdadera realidad que se vivía por aquella época y que gracias a esas cartas Lieneke pudo esquivar. 

Esa es la esencia de este libro, el hecho de que te permite vivir un momento del que el lector sabe todos los detalles, la crueldad,  las atrocidades que podían ocurrirle a una persona judía, y sin embargo mientras lo lees nada te aviva ese sentimiento, nada te lo alimenta, si no que lo lees desde el inocente, tranquilo y esperanzado punto de vista de una niña que simplemente espera el final de la guerra y la siguiente carta de su padre.

Nili Goren es el nombre que ahora usa Lineke en la vida real. Las cartas que se cruzaron entre su padre y ella están expuestas en el departamento de niños afectados por el Holocausto en el Museo de Beit Lojamei Haguetaot.  Son un símbolo de esperanza y un canto a la vida y a la lucha por seguir adelante. 

Lo mismo podría decirse de “La niña de los tres nombres”.

sábado, 1 de octubre de 2011

"Melocotones helados" Espido Freire


Una de las muchísimas cosas buenas que tienen los libros  es que cuando un libro es bueno, no importa el tiempo que pase desde su “boom” , desde su punto álgido lleno de premios y reconocimientos, hasta que lo leas por primera vez. 

No pasa lo mismo con otras cosas, como puede ser la comida, que caduca, o la ropa, que o por cambios en la moda (y no me refiero a los estéticos si no a la evolución histórica) o porque inexplicablemente a tu cuerpo no le sienta tan bien como hace un año cuando la compraste y la colgaste en el armario sin tiempo indefinido.

Un libro, como le pasa a las películas, puede estar años e incluso siglos, en una librería, en una estantería guardando polvo en tu casa, y sin embargo cuando al cabo del tiempo lo coges y lo lees, si te ha de gustar en su primer año de vida te va a gustar por cuánto tiempo pase.

Esta divagación filosófica ha venido a mi mente, mientras leía “Melocotones helados” de Espido Freire.
En su momento, cuando recibió el Premio Planeta en 1999, yo tenía 14 años, por lo que apenas me interesé por él o más bien di prioridad a otros libros. Pasaron los años, y de fondo he oído muchas veces tu  título, y siempre ha estado en  algún rincón de mis “libros por leer”, sin la verdad sea dicha, demasiado énfasis.
Sin embargo hace poco, esperando a que las musas de la lecturas me descubrieran entre los cientos de libros de una librería algún título que me llamase, saltó Freire de una estantería. Visto y no visto ya era mío.

12 años después, sé que tanto entonces como ahora , como dentro de 15 años, este Premio Planeta tenía que enamorarme.

“Espido Freire” nos introduce en la historia del estigma que conlleva un mismo nombre en tres personas de una misma familia: Elsa, Elsa pequeña y Elsa Grande,  unidas entre ellas por lazos familiares y por hechos  que hacen que sus vidas se vean mas relacionadas que por la sangre.

Elsa, la pintora , se ve obligada a abandonar su vida y su casa ante unas extrañas amenazas de muerte, regresando así al pueblo con su abuelo.
Este es el hilo que usa la escritora para ramificarse luego en la historia de todos y cada uno de los personas que rodean a la principal protagonista que a mi modo de ver es más bien la excusa o pretexto para desarrollar las variantes tramas: una niña pérdida hace 40 años, una joven cuya vida se trastoca por una secta, unos padres que guardan sus propias traiciones, mentiras y envidias, unos hermanos que esconden secretos….

Esto es lo que ha hecho que “Melocotones helados” haya hecho que devore su historia, la posibilidad de  primer ver como se deshacen las historias de todos los personas como finas hebras, para al final comprender que todas ellas mediante nexos de unión forman un único cordón.

Al parecer esto mismo que a mí me parece magnífico, es para otras personas  una falta de continuidad o de profundizar por parte de la historia en sus personajes. Sin embargo no llego a verlo del mismo modo ni aún intentando buscarlo, ya que pese a que se tratan varias historias, todas ellas están contadas con numerosos detalles y datos, sin perder por ello el interés, el sentido o la forma. Precisamente esta es otras de las cosas que admiro de Espido Freire (contando sólo con este libro ya que no sé nada mas de su obra), y es la maestría con la que puede contar historias llenas de vida sin ser densa, ni aburrir, sin caer en espacios monótonos y aburridos. 

Todos los personajes narran sus historias de una forma dinámica, la forma de cruzarse entre ellas no es rebuscada ni forzada, y esto hace que su lectura sea amena, sencilla y agradabable.

Quiero destacar cierto punto de ternura en este libro. No es nada que pueda justificar, no es una historia tierna, ni hay un punto en ella concreto que lo represente, pero personalmente había algo mientras lo leía que me conmovía. Tal vez pueda ser que este libro plasma los tan habituales casos de alejamientos familiares sin causas ni sentido, la necesidad de los protagonistas de pese a todo conocer su pasado o simplemente que Espido Freire logró algo tan  bueno con “Melocotones helados” que te causa sensaciones que no tienen explicación.