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sábado, 1 de octubre de 2011

"Melocotones helados" Espido Freire


Una de las muchísimas cosas buenas que tienen los libros  es que cuando un libro es bueno, no importa el tiempo que pase desde su “boom” , desde su punto álgido lleno de premios y reconocimientos, hasta que lo leas por primera vez. 

No pasa lo mismo con otras cosas, como puede ser la comida, que caduca, o la ropa, que o por cambios en la moda (y no me refiero a los estéticos si no a la evolución histórica) o porque inexplicablemente a tu cuerpo no le sienta tan bien como hace un año cuando la compraste y la colgaste en el armario sin tiempo indefinido.

Un libro, como le pasa a las películas, puede estar años e incluso siglos, en una librería, en una estantería guardando polvo en tu casa, y sin embargo cuando al cabo del tiempo lo coges y lo lees, si te ha de gustar en su primer año de vida te va a gustar por cuánto tiempo pase.

Esta divagación filosófica ha venido a mi mente, mientras leía “Melocotones helados” de Espido Freire.
En su momento, cuando recibió el Premio Planeta en 1999, yo tenía 14 años, por lo que apenas me interesé por él o más bien di prioridad a otros libros. Pasaron los años, y de fondo he oído muchas veces tu  título, y siempre ha estado en  algún rincón de mis “libros por leer”, sin la verdad sea dicha, demasiado énfasis.
Sin embargo hace poco, esperando a que las musas de la lecturas me descubrieran entre los cientos de libros de una librería algún título que me llamase, saltó Freire de una estantería. Visto y no visto ya era mío.

12 años después, sé que tanto entonces como ahora , como dentro de 15 años, este Premio Planeta tenía que enamorarme.

“Espido Freire” nos introduce en la historia del estigma que conlleva un mismo nombre en tres personas de una misma familia: Elsa, Elsa pequeña y Elsa Grande,  unidas entre ellas por lazos familiares y por hechos  que hacen que sus vidas se vean mas relacionadas que por la sangre.

Elsa, la pintora , se ve obligada a abandonar su vida y su casa ante unas extrañas amenazas de muerte, regresando así al pueblo con su abuelo.
Este es el hilo que usa la escritora para ramificarse luego en la historia de todos y cada uno de los personas que rodean a la principal protagonista que a mi modo de ver es más bien la excusa o pretexto para desarrollar las variantes tramas: una niña pérdida hace 40 años, una joven cuya vida se trastoca por una secta, unos padres que guardan sus propias traiciones, mentiras y envidias, unos hermanos que esconden secretos….

Esto es lo que ha hecho que “Melocotones helados” haya hecho que devore su historia, la posibilidad de  primer ver como se deshacen las historias de todos los personas como finas hebras, para al final comprender que todas ellas mediante nexos de unión forman un único cordón.

Al parecer esto mismo que a mí me parece magnífico, es para otras personas  una falta de continuidad o de profundizar por parte de la historia en sus personajes. Sin embargo no llego a verlo del mismo modo ni aún intentando buscarlo, ya que pese a que se tratan varias historias, todas ellas están contadas con numerosos detalles y datos, sin perder por ello el interés, el sentido o la forma. Precisamente esta es otras de las cosas que admiro de Espido Freire (contando sólo con este libro ya que no sé nada mas de su obra), y es la maestría con la que puede contar historias llenas de vida sin ser densa, ni aburrir, sin caer en espacios monótonos y aburridos. 

Todos los personajes narran sus historias de una forma dinámica, la forma de cruzarse entre ellas no es rebuscada ni forzada, y esto hace que su lectura sea amena, sencilla y agradabable.

Quiero destacar cierto punto de ternura en este libro. No es nada que pueda justificar, no es una historia tierna, ni hay un punto en ella concreto que lo represente, pero personalmente había algo mientras lo leía que me conmovía. Tal vez pueda ser que este libro plasma los tan habituales casos de alejamientos familiares sin causas ni sentido, la necesidad de los protagonistas de pese a todo conocer su pasado o simplemente que Espido Freire logró algo tan  bueno con “Melocotones helados” que te causa sensaciones que no tienen explicación.


lunes, 15 de agosto de 2011

Las cosas que no nos dijimos ---- Marc Levy


Cuatro días antes de casarse Julia recibe una llamada en la que le comunican que su padre ha fallecido. Un padre robado por el trabajo, que solo estaba en casa el tiempo justo entre vuelo y vuelo y que en los últimos años formó parte de la distancia. 

Lo que Julia no sabe es que lo que debería haber sido la distancia definitiva va a convertirse en lo que le devuelva al padre que nunca estuvo cuando este aparezca de una forma totalmente sorprendente (y física) y esta vez para darle y explicarle todo lo que en vida le obvió.

Es difícil escribir sobre “Las cosas que no nos dijimos” tratando de que el lector entienda su interés y el hecho que hace que la historia tome rumbo sin estropearlo, sin destapar la sorpresa, el secreto, el “kit de la cuestión” que no es otro que un secreto  guardado egoístamente por su padre a Julia durante años
Este secreto unida a la extraña aparición de su padre muerto convertirá la vida de Julia en la búsqueda de lo que debió ser y no fue, en un destino que tal vez debería ser perdido para luego encontrarlo.

“Las cosas que no nos dijimos” te engaña. Comienza haciéndote pensar que lo que tienes entre manos es la historia de la reconciliación entre una hija y su padre “artificialmente vivo” a lo largo de un viaje, una historia de rencores, reconciliaciones e intentos de aprovechar el tiempo que se escapa. No es del todo mentira, aunque tampoco es el argumento de este libro.

“Las cosas que no nos dijimos” realmente comienza en la mitad, cuando de repente el argumento toma un giro inesperado y se convierte en lo que es, una historia de amor. Una historia apasionada, triste y dulce, esperanzadora, intensa y sutil.

En mi opinión, el autor ha arriesgado mucho al crear estas dos historias paralelas haciendo que la  que crea el interés en el lector(siempre bajo mi opinión, repito) tarde en salir a la luz. Reconozco que durante la primera parte no lograba entender que tenia de interesante el libro a excepción del modo en que “resurge” Anthony Wals, padre de Julia. Simplemente era una historia mas sobre el intento de limar asperezas familiares. Y de repente Anthony entrega esa carta, una carta escrita hace mucho tiempo y cuya destinataria Julia jamás pensó que pudiera existir.

Esta carta es el desencadenante del comienzo de un relato hipnótico, apasionado, ansioso y vertiginoso, con un toque histórico(me parece grandioso como usa Levy la caída del Muro de Berlín para introducirnos en esta nueva parte) que sirve para convertir en secundaria la relación padre – hija que sin embargo no desaparece, sino que pasa a un segundo plano, importante eso si, y que evoluciona a través del nuevo argumento.

Marc Levy, nos habla en su novela a mi parecer del destino, de la coincidencia del espacio, el tiempo y las circunstancias para que lo que tiene que ocurrir tarde o temprano ocurra, aun cuando nosotros mismos pensamos que seria irreal, aun cuando tenemos la certeza, los hechos reales, físicos y científicos de que es matemáticamente imposible que suceda.

Levy nos habla de la esperanza, del “nunca es tarde” para creer, para esperar, para arriesgar, para pedir perdón o perdonar, para amar o borrar el rencor.

Por eso yo pido a quien tenga este libro entre sus manos, que aguante, que aun cuando crea que no encontrará gran cosa en él, espere y si cuando Julia descubre un retrato en Montreal no siente un pellizco de interés en el estomago entonces no compartirá esta opinión….. aunque sinceramente lo veo difícil…..