Cuando un libro es pequeño, fácil
de leer, sencillo y te deja un poso de ternura, se puede decir que se ha
encontrado una pequeña joya. Si a eso le añades el hecho de que cuenta una
historia real con un punto de
originalidad que lo distingue del resto entonces has encontrado algo único.
A veces tengo la sensación de que
he terminado con todas las existencias de novelas basadas en el holocauto, o al
menos con aquellas que me puedan sorprender, que me cuenten algo nuevo, algo
distinto dentro de lo que aquel horror significa, o mejor dicho, que me lo
cuenten de una manera nueva.
Sin embargo de repente aparece una portada, un título, una historia que enciende una chispa y me hace ver que seguramente nunca dejarán de nacer historias en torno a ese hecho que me remuevan algún punto de mi ser, ya sea, odio, incertidumbre, incomprensión, esperanza….
Cuando leí la contraportada de “La niña de los tres nombres”, del cual
jamás había oído hablar, no me fije o no caí en que lo que contaba era una
historia real y que en su interior se dibujaban las cartas que son las esencia
de la historia.
Lieneke, es el nombre que le pone
su padre a una niña judía el día que comienza a vivir separada de su familia
ocultando su verdadera identidad para sobrevivir al horror nazi. La distancia
con su familia es ma fácil de llevar gracias a la familia del médico con la que
vive y sobre todo a las gráficas cartas que su padre, bajo sus nuevas
identidades, le envía. Unas cartas que ayudan a Lieneke a mantener la esperanza
y a olvidar la realidad en la que vive.
Cuando me han preguntado por este
libro, primeramente he dado como referencia la comparación con Ana Frank para,
al segundo, matizar “sin llegar a ser
tan duro ni cruel”.
El simil con el famoso diario es
notable. Ambos libros se centran en la vida de dos niñas judías que ven como su
vida se desvanece con la llegada de la 2ª guerra mundial. Lo mismo podría decirse de el maravilloso “El
niño del pijama de rayas”, salvando la distancia de que este no se basa en una historia real.
Sin embargo las diferencias son
igualmente notables. Mientras que las otras dos novelas se narran desde un punto de vista trágico,
cruel, que te hace tener el corazón en un puño, Tami Shem-Tov ha conseguido
contarnos la misma historia sin ir por ese camino, contando simple y llanamente
la historia de una niña, sin agobio, sin
tensión, sin la sensación sofocante de perseguimiento. En ese sentido se podría
comparar con “Un saco de cánicas” teniendo este aun más dureza entre su líneas.
Simplemente nos narra la espera
de una niña a que la guerra finalice y pueda reunirse con su familia, como
quien espera a que terminé una mala época laboral, o una enfermedad ,
consciente de que tarde o temprano terminará. Una espera que se nutre de las
tiernas cartas dibujadas que su padre le envía. Una espera que no tiene capítulos que te
opriman el estomago, ni sensaciones de desesperación
Solo al final del libro, se deja
ver el velo ocre que cubre la historia, la verdadera realidad que se vivía por aquella
época y que gracias a esas cartas Lieneke pudo esquivar.
Esa es la esencia de este libro,
el hecho de que te permite vivir un momento del que el lector sabe todos los
detalles, la crueldad, las atrocidades
que podían ocurrirle a una persona judía, y sin embargo mientras lo lees nada
te aviva ese sentimiento, nada te lo alimenta, si no que lo lees desde el
inocente, tranquilo y esperanzado punto de vista de una niña que simplemente
espera el final de la guerra y la siguiente carta de su padre.
Nili Goren es el nombre que ahora
usa Lineke en la vida real. Las cartas que se cruzaron entre su padre y ella están
expuestas en el departamento de niños afectados por el Holocausto en el Museo
de Beit Lojamei Haguetaot. Son un símbolo
de esperanza y un canto a la vida y a la lucha por seguir adelante.
Lo mismo podría decirse de “La
niña de los tres nombres”.
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