niño como personaje principal como ya hizo con el famoso y durísimo “El niño con el pijama de rayas”.
Sabía que se había publicado y en
alguna ocasión he pensado que fascinándome como me fascinó el primero, tenia
que leerlo más pronto que tarde. Sin embargo no fue hasta hace poco cuando me encontré
cara a cara con él en una librería cuando llego el momento de hacerlo.
Pierrot es un huérfano francés,
que, en plena ebullición del movimiento nazi, termina viviendo con su tía, ama de llaves de
una mansión en Alemania (que guarda sorpresa), en un ambiente opuesto al que vivía
y cercano a figuras que harán que todo lo que conocía hasta ahora se vea
modificado hasta el punto de hacer que también sus pensamientos y sus ideas se
vean afectados.
En esta ocasión, Boyne, traslada
la acción al lado opuesto de su primera novela y nos muestra a través de Pierrot
el ambiente ideológico del momento, el nazismo, la aclamación de todo lo “ario”,
aunque no sea este el centro del argumento de la novela si no solo la
herramienta que usa para realzar el verdadero tema del libro: la perversión y
perdida de la inocencia de un niño a manos de la sociedad y del poder.
Al igual que en su primera novela,
Boyne hace que el personaje principal sea un niño al que es fácil coger cariño
por la inocencia, frescura y honradez que se desprende de él hasta que, y aquí está
la diferencia con “El niño con el pijama de rayas” , el poder y la manipulación
hacen que Pierrot sufra un giro en su personalidad que lo lleva por un camino
que al lector no le resulta agradable por lo que te mantiene durante gran parte
de la novela en la tesitura y dilema de no querer juzgarle aunque a veces
resulte imposible. Todo lo contrario a lo que ocurría en la anterior historia
cuando es inevitable no enternecerte y tener el corazón en un puño con el
pequeño Shmuel, judío, y Bruno, hijo de un comandante de las SS, sin tener ni
un ápice de duda respecto a la falta de culpabilidad de ambos en una situación
como la que viven.
Escrita con diálogos sencillos y
de forma amena, “El niño en la cima de la montaña” comienza con gran énfasis,
haciendo que la historia avance rápidamente por lo que te lleva de una página a
otra sin darte cuenta. Sin embargo, para mi gusto, este ritmo decae a las pocas
páginas (coincidiendo con la llegada de Pierrot a la mansión) donde se estanca
y parece demorarse y alargarse demasiado sin aportar nada nuevo. Es a la mitad
del libro cuando vuelve a coger velocidad, cuando Pierrot descubre el poder y
lo que considera “la verdadera Alemania”, lo que hace que de nuevo se sucedan
las sorpresas y los cambios que el protagonista sufre haciendo que la historia
fluya.
“El niño con el pijama de rayas” fue
uno de esos momentos inolvidables en mi historia como lectora. Debido a mi afán
por leer todo lo que encontraba sobre judíos, campos de concentración y demás
temas relacionados eran pocas las lecturas que me sorprendían. Y sin embargo, recuerdo
perfectamente como, tras devorarlo, al
leer la penúltima página de ese pequeño libro no pude evitar gritar (recuerdo aún
la cara de mis padres) y pasar la página una y otra vez diciendo: “no puede
ser, no puede ser….”. Es uno de esos libros que forman parte de la primera
balda de mi biblioteca, donde guardo mis “intocables”.
Cualquiera que lo haya leído,
creo que me entenderá. Un libro tan sencillo y que encierra tanta dureza,
crueldad, injusticia y dolor, que es imposible que no te agarre el corazón, te
guste o no, pero que te deje marca.
Sin embargo, “El niño en la cima
de la montaña” pese a no ser un mal libro no es un libro que me haya impactado.
Si no lo tuviera en papel, lo compraría, por aquello de completar el “duo Boyne”
pero no seria una necesidad vital tenerlo entre mis favoritos. Y, ojo, es una
historia completa, amena, sencilla… y huye de lo macabro o de los momentos
especialmente duros que pudiera tener “El niño con el pijama de rayas” lo que lo
hace mas “digerible” (claro que a mi no me gustan los libros fácilmente digeribles).
Es una historia inteligente y que nos muestra la otra parte de una situación de
la que estamos acostumbrados a ver y conocer solo un lado por lo que es
necesario que existan historias así para darnos cuenta que en todos los bandos
hay inocentes, hasta aquellos que en ocasiones no lo parecen.
Supongo que el matiz de la dureza
de su relato es lo que diferencia a estas dos novelas. Sin más. Y es lo que hace
que personalmente no me haya parecido un “novelón”.
Ameno, curioso. “El niño en la
cima de la montaña es imprescindible para comparar y tener, como siempre se debería
de tener, el otro punto de vista. Pero
sin las grandes expectativas que os generaría “El niño con el pijama de rayas” (si no lo habéis leído, ya estáis tardando).
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