Uno tendría que automedicarse la risa como un tratamiento de profilaxis psicológica pero el problema, como te imaginarás, es que no abundan los motivos de risa... Por ejemplo: cuando me hago cargo del tiempo que hace que no los veo: a vos, a Beatriz, al Viejo. Y sobre todo cuando pienso en el tiempo que acaso transcurra antes de que los vuelva a ver. Cuando mido ese valor del tiempo, no es como para reír. Creo que tampoco para llorar. Yo, al menos, no lloro. Pero no me enorgullezco de ese estreñimiento emocional. Sé de mucha gente que aquí de pronto suelta el trapo y llora inconsolablemente durante media hora, y luego emerge de ese pozo en mejores condiciones y con mejor ánimo. Como si el desahogo les sirviera de ajuste. De manera que a veces lamento no haber adquirido ese hábito. Pero quizá tenga miedo de que si me aflojo, mi resultado personal no sea el ajuste sino el desajuste. Y ya tengo, desde siempre, suficientes tornillitos a medio aflojar como para arriesgarme a un descalabro mayor. Además, para serte estrictamente franco, no es que no llore por miedo a aflojarme, sino sencillamente porque no tengo ganas de llorar, o sea, que no me viene el llanto. Esto no quiere decir que no padezca angustias, ansiedades, y otros pasatiempos. Sería anormal si, en estas condiciones, no los padeciera. Pero cada uno tiene su estilo. El mío es tratar de sobreponerme a esa minicrisis por la vía del razonamiento. La mayoría de las veces lo logro, pero en cambio otras veces no hay razonamiento que valga.
Mario Benedetti
Primavera con una esquina rota
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